La revista “Ciencia” editada por la Academia Mexicana de Ciencias [1] dedica su último número a reseñas y ponencias vertidas en un encuentro académico titulado Ciencia y Humanismo. Un artículo, escrito por Ambrosio Velasco Gómez [2], condensa el diálogo y las antilogías entre estos dos modos de pensamiento a través de la historia, en particular en México durante su etapa formativa en el siglo XIX. La ciencia con y contra el humanismo es un tema tan actual hoy como lo fue durante el siglo anterior a la Revolución Francesa, cuando los salons culturales parisinos servían de foro para discutir tanto el sistema métrico decimal como la posible democracia en el reino (Figura 1).
En esta contribución a La Unión me pregunto ¿cómo aterrizar la cultura científica en la educación básica, donde ha sido mayormente humanista, para que las nuevas generaciones la incluyan en su haber? En el trayecto visitaré sus aspectos sociales, neurofisiológicos y metodológicos, apoyado en artículos recientes que he llegado a leer en estas páginas y en revistas internacionales que abordan estos temas, cada uno para su gremio de lectores.
Por una humanidad culta es el lema de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos –en realidad deseable para cualquier sociedad. “Cultura” es un concepto tan amplio y cambiante como controvertido. No entraré al ruedo para definirla en abstracto. Hablemos de personas: lo que yo entiendo por una persona culta, es con quien se puede discutir con sustancia sobre una variedad de temas; aunque esa persona tenga una profesión donde sea experta, también mostrará conocimiento en un amplio abanico de tópicos, incluyendo arte e historia, política y el pensar de sociedades de otros países, etnias y religiones; pero también que tenga una imagen fiel sobre qué es y donde nos encontramos en la exploración del mundo físico, el visible y el invisible. Una persona culta puede aventurar opiniones informadas y sensatas sobre el presente y futuro de su ciudad, del país y del planeta. Se supone que una sociedad donde cada individuo es culto será una mejor sociedad. No dudo que sea cierto, pero tampoco me propongo filosofar sobre ello. Quiero preguntar: ¿se puede “instruir” la cultura científica en la escuela? Lo pregunto desde el punto de vista de alguien dentro de la comunidad científica profesional que se relaciona con sus colegas y amigos fuera de este pequeño círculo.
Innumerables veces me he encontrado con licenciados universitarios que dirigen o administran empresas, escriben facturas o novelas, filosofan, pintan cuadros o componen música, o que son médicos o amas de casa. Podemos platicar de muchas cosas, pero si aparece en la conversación la irracionalidad del número pi, el principio de incertidumbre de la mecánica cuántica, algún elemento de relatividad en marcos del espacio-tiempo, el “Big Bang” o la partícula de Higgs, el diálogo se estanca y cambiamos de tópico. En suma, parece que “cultura” se refiere solo o mayormente a temas humanísticos, como historia, política, leyes, economía, sociología, etnografía o teología. Pocos temas científicos son parte de la “cultura”. Algunos aparecen en programas de televisión como Discovery, History etc., mezclados con programas sobre alienígenas, fantasmas, o vendedores de armas y tonterías.
La cultura científica no es saber resolver ecuaciones; principalmente, es tener una visión coherente de la naturaleza, lo entendido sobre la expansión del universo, nuestra posición en la galaxia y el sistema solar, la inimaginable duración de las eras geológicas de la Tierra, la probable genealogía del Homo sapiens, las leyes fundamentales de la mecánica y de la luz, las funciones y tamaños de las células, de los átomos y de sus núcleos, y de los problemas filosóficos a los que se enfrenta la ciencia de lo minúsculo.
Nadie puede sostener que estos conocimientos no estén hoy accesibles para cualquiera mediante la red global del Internet. Navegar por ella nos puede llevar saltando por una enorme variedad de temas, a veces conectados lógicamente, pero que pocas veces forman un árbol de conocimientos estructurados como el que pudiéramos recibir de un buen maestro o de un libro de texto bien escrito. Navegar al azar es la provincia de Twitter y Facebook: algunos chavos que tuitean por horas mensajes cortos menores a 140 caracteres sobre asuntos cotidianos y personales, presentan dificultades para sentarse y leer más de diez o veinte páginas de un libro de papel. El lapso de concentración y su impronta en la memoria parecen disminuir y volverse el modo normal de operación del cerebro, que se desempeña en un ruido de cotidianeidades sin estructura. La patente adaptabilidad del ser humano se debe a la prolongada plasticidad del cerebro durante los años de infancia y adolescencia. Aprender idiomas es fácil durante la juventud, así como el desarrollo de actitudes de curiosidad, rebeldía, agresión u obediencia, de apreciación de las artes, respeto a las leyes y a las diferencias, y la estructuración del pensamiento mismo. La memoria, el razonamiento lógico, y la habilidad de asociar la una con el otro, son hábitos que pueden ser adquiridos cuando el contexto social es propicio y en la escuela y en la familia se practican.
Durante los primeros dos o tres años de la primaria, antes de desarrollar las habilidades del razonamiento, los niños gozan al ejercitar su memoria como forma de lograr el aprecio del mundo de los adultos. Al respecto, hace unas semanas, leímos en estas páginas un artículo de la Dra. Julia Tagüeña, El arte y la ciencia de la memoria [3], que reporta resultados sobre la capacidad de fijación de datos en la memoria que tiene el cerebro. Sobre el mismo tema encontré un artículo muy interesante en el último número de Scientific American [4], donde tres cirujanos neurofisiólogos dilucidan que los conceptos que guardamos en la memoria están depositados en cúmulos de pocas decenas de miles de neuronas que están localizadas en el hipocampo (de entre las 50 a 100 mil millones del encéfalo –Figura 1), pero superlativamente conectadas entre si. Más que en recuerdos aislados, la información está codificada en “conceptos”. Un ejemplo de concepto sería “Michael Jackson”; incluye sus imágenes y videos en distintas posiciones y circunstancias, su biografía, nombre escrito o hablado, y los rumores asociados. Cuando nos concentramos en su famoso baile de los zombis, la actividad cerebral se puede propagar a otro cúmulo de neuronas cuyo concepto es “zombi”, que incluye la película sobre estos caníbales, las ceremonias vudú, Haití; desde allí puede activarse el cúmulo de “terremoto” …y entonces ya estaremos divagando. La parte del cerebro que administra esta actividad es el lóbulo frontal, aquél que distingue a los humanos precisamente por su tardía maduración.
Y después de los primeros años de escuela ¿cómo se desarrolla el razonamiento ético, social, humanista y científico? Éste es el verdadero meollo de la educación, sobre el cual mucho se ha discutido. A diferencia del primero, que se absorbe del entorno cercano al niño, el último requiere sin duda de un entrenamiento más estructurado. Llamarlo “disciplina” tiene connotaciones de conducta que no quiero usar; el nombre viene del latín con el simple significado de “enseñanza, educación”. Lo que se ha llamado “disciplina científica” podría pintarlo como un conjunto de líneas, cuerdas o cadenas ordenadas de conceptos, cualquiera de cuyos eslabones pueden ser llamados a la conciencia cuando estamos, por ejemplo, dialogando con un estudiante sobre su tesis y repasando los capítulos. Si en esto llama por teléfono un colega que nos habla de otro problema en inglés, cambiamos la cuerda de conceptos como si abriéramos otra gaveta (cerrando la anterior). Éste es un hábito del que casi no nos damos cuenta, como lo es someter las afirmaciones de toda suerte a la duda. No parece haber límite en el número de “conceptos” que podemos almacenar en la memoria; su número parece depender de nuestra habilidad en aprender y acomodar los nuevos, sin dejar de visitar ocasionalmente aquéllos que son importantes, para que no se degraden con el olvido.
La Dra. Tagüeña [3] explica que las memorias asociadas al placer de dar gusto a la curiosidad son las más duraderas, como lo son también las experiencias desagradables y peligrosas. La evolución de la especie humana privilegió el recuerdo de lugares e individuos por encima de la aritmética, el álgebra, o los números de teléfono en nuestro mundo actual. Durante los años tempranos, los conocimientos imbuidos para satisfacer la curiosidad de los niños serán los que perduren; calcular la velocidad de un coche en la ciudad (en metros/segundo), o el gasto de una bomba de agua en el campo (en litros/segundo), ayudan al hábito de cuantificar los procesos del entorno. Ejercitar la memoria y su concatenación lógica son hábitos que un buen maestro puede trasmitir a sus alumnos; la más importante es la segunda, porque sin ella los nombres y números quedan aislados y sin asideros.
No se piense que recomiendo a todos los jóvenes terminar como científicos (o peor, como tecnócratas). Existe una amplia variedad de talentos para muy diversas actividades e intereses, y lo mejor es llegar a trabajar honradamente en aquello que más nos place. Pero la competencia que tenga cada uno para cumplir su función en la sociedad depende de la facilidad que tengamos para aprender, estructurar y manejar nuevos conocimientos; entender la sociedad, tanto la propia como la ajena, para separar el prejuicio de la realidad. Solamente así se la puede criticar.
Artículo publicado originalmente “Acerca de la cultura científica” en el periódico Unión de Morelos por miembros de la Academia de Ciencias de Morelos A.C.
Cómo citar: Autor, C., Kurt Bernardo Wolf Instituto de Ciencias Físicas, UNAM Miembro de la Academia de Ciencias de Morelos, A.C. (2018, 21 de Septiembre ) Acerca de la cultura científica. Conogasi, Conocimiento para la vida. Fecha de consulta: Octubre 11, 2024
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